jueves, 29 de septiembre de 2016

I - Mis clientes

  Hay clientes en la librería que son "mis clientes". Si hay algún patrón que pudiera llegar a verse en una inmensa mayoría de ellos, es que son insoportables. De manera involuntaria; no son malos, pero suelen ser muy rompebolas. Los siento mis hermanos, justamente por eso. Vienen rebotando, maltratados o ignorados en todas las librerías que recorren. Llegan a mí y por primera vez en mucho tiempo alguien les sonríe ante cada uno de sus pedidos, alguien los escucha con atención, alguien hace lo posible por ayudarlos a que se sientan bien, sin importar si es que van a comprar algo o no. Insisto: no saben que son insoportables, no tienen malas intenciones ni son maleducados, y algunos incluso me terminan cayendo muy bien. Pero requieren una paciencia y un esfuerzo considerables.
  Podría hacer una especie de catálogo o inventario de estos clientes, pero no hoy, tal vez otro día. Lo que quería decir hoy, es que hay días en que ya no quiero atender a estos clientes. Quizás, como en cualquier relación, llega un momento en que me canso, en que siento que mi esfuerzo no es tenido en cuenta, o tan solo me aburro, o empiezo a detectar actitudes en el cliente que me dan por las bolas. O, también puede pasar, llegan en un mal día, en un día en que ser vendedor me pesa muchísimo, no tengo fuerzas ni para recomendar un libro de Saer, mucho menos para atender a un tipo o una mina que da diez mil vueltas y nunca sabe un puto dato certero del libro que busca.
  En días como esos, como este, la solución es muy simple. Desaparezco unos minutos de la librería. Me tomo la hora del almuerzo, o me voy a acomodar algo. Alguno de mis compañeros, entonces, atiende a "mi cliente". Y mi cliente no vuelve más. Mi compañero, luego, me contará "no sabés qué pelotuda la mina que acabo de atender". Y por alguna serie de retorcidas razones (porque hay más de una, lo sé), yo escucharé la historia con sumo placer.