miércoles, 7 de diciembre de 2016

III - Soldados

  Lo vi en casi todos los libreros con los que me tocó trabajar, aún en esos que se autodefinen (y bien) como mercenarios, como monstruos que sólo buscan vender. A todos (salvo a uno, debo reconocerlo) los he visto devolviendo material sólo porque no les caía bien el autor, ya sea por una cuestión ideológica o por alguna rencilla personal.
  En el caso de las diferencias ideológicas, el ejemplo que más me sorprendió fue el de un encargado de librería a punto de tener un bebé, en un momento de la empresa donde ninguno de nosotros sabía si íbamos a seguir laburando o si nos echaban a la mierda, donde lo único que importaba era vender, vender y vender, y sobre todo acatar todas las directivas que nos dieran, sin importar lo imbéciles que pudieran ser. Este tipo hacía todo eso: vendía descaradamente lo que se le cruzara, y obedecía hasta las más autodestructivas de las órdenes que le daban. Aún para él, que cuidaba más que nadie su laburo, hubo un libro que mereció ser cajoneado, que retiró de la circulación ni bien llegó, que negó a una cantidad enorme de clientes que lo pedían, porque desgraciadamente era un libro que se vendió mucho (en otras librerías, nosotros vendimos uno solo, un día que él no estaba). Ese minúsculo intento de resistencia, ahogado en un mar de concesiones y obsecuencias, me sonaba extraño, innecesario. Pero él evidentemente lo necesitaba. Esa batalla no la iba a perder. Esos libros eran como soldados del enemigo, y si bien él no los iba a destruir, sí los iba a encarcelar, para que no hicieran más daño en esa guerra que todos estamos luchando. Como este, conozco decenas de ejemplos más, al menos uno por cada librero que conozco.
  El caso de las rencillas personales, es aún más generalizado. Se da más que nada con libros escritos por libreros, corredores, editores, etc, gente que el librero resentido conoció. Nunca terminé de entenderlo, la mayoría de las veces lo condené, y siempre me reí de lo que consideraba una chiquilinada. Pero los puntos de vista cambian. Un buen día, conocés una mina por la cual perdés la cabeza. La mina no puede confiar en ningún hombre, está muy dañana por cosas que le pasaron siendo muy joven y cosas que probablemente no recuerde que le han pasado de muy chica. Pero a vos eso no te importa, la adorás, la acompañás, la ayudás en todo y te bancás ser el fusible contra el cual descarga su odio no sólo por los hombres sino por el mundo entero, que es una mierda, y en eso estás de acuerdo con ella. Llega el glorioso día en que entiende que sí, que evidentemente tiene un problema, que no puede ser que sólo por ser hombre seas un cerdo mentiroso que sólo quiere coger, que ese impulso de ira enceguecedora que ella siente le impide relacionarse de manera sana con cualquier persona, que haría bien en retomar la terapia. Dos meses después, está escapándose del consultorio de su terapeuta (un chamán burgués), a las dos de la mañana, luego de haber estado encerrada por más de cuatro horas, habiendo rechazado el ofrecimiento de alcohol, diversas drogas y de quedarse a dormir, de ser "iniciada" en un ritual de poder milenario y qué sé yo cuántas pelotudeces más. Te enterás de eso y querés matar al tipo, por primera vez querés agarrarte a piñas, sin importar el resultado, pero repartir dolor para que ese momento no pase inadvertido, para que el tipo recuerde para siempre que hay cosas que no se hacen. Alguien te convence de que no, de que no es que la hayan querido violar, que sí, obvio que se la quisieron coger pero eso no es ningún crimen, que bueno, como terapeuta obviamente es lo peor que existe pero que tampoco eso es un crimen, no cuando sos un chamán que hace terapias alternativas. Te calmás, quizás porque sos un cagón y encontraste cómo ahorrarte una pelea, pero seguís pensando que ese tipo fue un hijo de puta irresponsable, que esta pobre mina nunca más va a poder confiar en un tipo y nunca más va a intentar hacer terapia. Te queda un odio perpetuo por ese pelotudo, un forro al que nunca te vas a cruzar porque la ciudad y Allah son grandes. Pasa un año entero, y, para tu sorpresa, el forro este saca un libro. Y llega a la librería en la que trabajás. Y lo devolvés a la editorial, inmediatamente. Y le decís a tus compañeros: "muchachos, el libro de este hijo de puta, acá, no se vende". Y te sentís un poco más librero que antes.
  Y esto lo cuento, por primera vez, porque ayer un tipo con varios libros publicados me bardeó gratuitamente por facebook. Hoy tuve que devolver sus libros a la editorial porque todos estaban fallados, venían con varias hojas rasgadas. Cosas que pasan.

jueves, 13 de octubre de 2016

II - El Nobel

  Pasa algo parecido con la Real Academia. Un buen día, deciden aceptar "la calor", o "setiembre", o "dentrífico". Y el que lo dice así por costumbre o elección estilística, se siente contento, contenido, justificado. Por más que la RAE le parezca un ente arcaico. Y el otro boludo, el que está del otro lado, el que nunca jamás diría "la calor", o "setiembre", o "dentrífico", cae en el infantilismo de creer que su idioma ha muerto un poco más. Por más que la RAE le parezca una farsa.
- El próximo Nobel se lo dan a la Mona Jiménez, acordate lo que te digo.
- Ja, sí. Fuera de joda, si aguanta algunos años más, lo puede llegar a ganar Woody Allen, ¿no?
  ¿Por qué tanta indignación? ¿Qué separa a Bob Dylan de cualquier otro poeta ganador del Nobel? ¿El problema es que no escribió pensando en publicar libros? ¿O que es músico? El problema quizás sea que, por primera vez, hay gente a la cual la noticia la puso contenta. Por fin conozco a lectores de la obra del Nobel actual. No son las típicas viejas de Recoleta, esas faltarán: ningún estirado vendrá a preguntarme "¿qué tenés del que ganó el premio Nobel?". Es gente real, que siente un auténtico aprecio por la obra de Dylan. Dylan, que fue la voz de una generación entera, cuya obra tiene un peso cultural innegable. Poco importa que no nos guste ni un poquito cómo canta.
- Che, ¿leíste algo del nuevo Nobel?
- No, la verdad es que no conozco su poesía: siempre evité su música.
  Igualmente, es muy divertido indignarse. Exhibo un libro de Bob Dylan y lo rodeo de Arlt, Saer, Lautreamont, Borges, Kafka. Le saco una foto, se la mando a E. por uasap. Me contesta que lo de Dylan la puso contentísima, que la alegra ver a tantos libreros seudo-intelectuales indignados. Recuerdo entonces su fijación con León Gieco: una noche con un ex-novio, una anécdota hermosa para pintar una relación y para pintarla a ella, un digno del Nobel "no voy a pasar un viernes a la noche mirando un recital de León Gieco en la tele", un portazo que sólo puedo imaginar, y por el que todos los hombres que ella conozca somos en parte culpables: entre todos, deberemos pagar por esa noche de viernes de mierda que tuvo. Le digo, entonces, que me imagino su cara si el Nobel fuera, en vez de para Dylan, para León Gieco, el Dylan argentino. Acto seguido, la llamo tilinga. Me bloquea. A ella también le divierte indignarse.
- Y decime, ¿este es bueno?
- No sé, no lo leí. Pero el autor es ganador del premio Nobel, debe ser bueno.
  Y no falta el que avista las crisis, los quiebres, el jinete del apocalipsis: "tan mal está la literatura que su mayor exponente es un cantante. Y el año pasado se lo dieron a una periodista". Bueno, subamos un poco más la apuesta de la indignación. Hace añares que le entregan premios Nobel a dramaturgos. Y alguna vez se lo dieron a Churchill. Apurame, y me indigno también por cada vez que le dieron el Nobel a alguien que sólo escribía en verso. Lo bueno de las opiniones y los criterios es que creemos que los elegimos. Tenemos argumentos para defender cada una de las boludeces que creemos, pensamos y decimos. Pero es al revés: nuestro criterio no es el resultado de lo que exponemos con nuestros argumentos, sino que nuestros argumentos están para justificar y explicar de alguna manera por qué nos gustan las cosas que nos gustan. Preguntame y te explico por qué Ursula K. Le Guin tendría que tener su premio Nobel. También tengo argumentos buenísimos para explicar por qué ser hincha de River es la única posición aceptable frente al fútbol.
- ¿Y este? ¿Es bueno?
- Sí. Llevalo porque es buenísimo.

jueves, 29 de septiembre de 2016

I - Mis clientes

  Hay clientes en la librería que son "mis clientes". Si hay algún patrón que pudiera llegar a verse en una inmensa mayoría de ellos, es que son insoportables. De manera involuntaria; no son malos, pero suelen ser muy rompebolas. Los siento mis hermanos, justamente por eso. Vienen rebotando, maltratados o ignorados en todas las librerías que recorren. Llegan a mí y por primera vez en mucho tiempo alguien les sonríe ante cada uno de sus pedidos, alguien los escucha con atención, alguien hace lo posible por ayudarlos a que se sientan bien, sin importar si es que van a comprar algo o no. Insisto: no saben que son insoportables, no tienen malas intenciones ni son maleducados, y algunos incluso me terminan cayendo muy bien. Pero requieren una paciencia y un esfuerzo considerables.
  Podría hacer una especie de catálogo o inventario de estos clientes, pero no hoy, tal vez otro día. Lo que quería decir hoy, es que hay días en que ya no quiero atender a estos clientes. Quizás, como en cualquier relación, llega un momento en que me canso, en que siento que mi esfuerzo no es tenido en cuenta, o tan solo me aburro, o empiezo a detectar actitudes en el cliente que me dan por las bolas. O, también puede pasar, llegan en un mal día, en un día en que ser vendedor me pesa muchísimo, no tengo fuerzas ni para recomendar un libro de Saer, mucho menos para atender a un tipo o una mina que da diez mil vueltas y nunca sabe un puto dato certero del libro que busca.
  En días como esos, como este, la solución es muy simple. Desaparezco unos minutos de la librería. Me tomo la hora del almuerzo, o me voy a acomodar algo. Alguno de mis compañeros, entonces, atiende a "mi cliente". Y mi cliente no vuelve más. Mi compañero, luego, me contará "no sabés qué pelotuda la mina que acabo de atender". Y por alguna serie de retorcidas razones (porque hay más de una, lo sé), yo escucharé la historia con sumo placer.

miércoles, 29 de junio de 2016

Preludio en Do menor (op. 111), "un buen padre"

  Hay cosas que uno dice sin saber cuánto está diciendo realmente, o qué es lo que el otro va a oír. Un amigo una vez me dijo algo así como "yo considero que alguien canta bien cuando canta algo que yo no puedo cantar". Es una frase que me define tan bien, que dudo haber escuchado correctamente, temo haber deformado lo que este amigo me dijo para poder convertirlo en esto, esa descripción tan perfecta de gran parte de mi mundo. Si la acepto como una cita medianamente fiel, es porque creo que mi amigo y yo nos parecemos mucho.

  Estamos en la terraza, Leandro, su pequeño sobrino, y yo. Probablemente estemos fumados, no lo recuerdo, pero en esa época fumábamos mucho. Estamos sentados en el suelo, somos todos niños, definitivamente habíamos fumado. Una araña enorme se acerca al niño real, al único que podría (¿por qué?) percibirlo como una amenaza. Tengo miedo por él, pero no sé cómo reaccionar. Si me levanto a matarla antes de que se acerque, estaría identificando a ese animal con un peligro. No quiero hacerle eso al pibito, no lo merece. Es horrible. Yo le tuve terror a las mariposas durante toda mi niñez por eso mismo: no, no quiero que le pase. La araña se acerca cada vez más, y sigo sin saber qué hacer. Se la señalo a Leandro, le paso el problema o, más bien, sumo a otro adulto para poder solucionar lo más rápido posible esa situación entre los dos.
  - Camilo, ¿te gustan las arañas?
  Camilo ni levanta la vista, sigue en la suya. Pero aún así contesta con un "no" firme, casi inmediato.
  - Bueno, vení para acá.
  Leandro se levanta, lo alza y lo coloca en otro sector de la terraza. Camilo ya no se encuentra en el camino de la araña, y ni se enteró.
  Esa solución simple, ejecutada en apenas unos segundos, me maravilló y me seguirá maravillando. Leandro un día será un gran padre. Que podrá mandarse once mil cagadas que ahora no puedo imaginar, pero así y todo será un gran padre.

  Recordé ese episodio hoy, no sé por qué. Pero me hace pensar en esto que hace tiempo que no puedo dejar de pensar, en esta mujer a la que no llegué a conocer pero que admiro profundamente, que imagino que crió sola a un hijo que jamás alcanzó ni alcanzará una edad intelectual de más de seis años, pero que hoy en día es un adulto autosuficiente. Una proeza que nunca llegaré a ilustrar con palabras, aunque las únicas palabras que tengo ahora mismo son para intentarlo. En algún momento.

domingo, 6 de marzo de 2016

Llovía

  Tendría que haber reaccionado de otra manera. Claro, eso lo pienso ahora, veinte minutos después. Es obvio ahora, pero en ese momento no supe hacer lo correcto. Fue un juego de poder, en cierta forma. El tipo se metió para marcar territorio, me hizo quedar como un boludo a propósito. Se sintió amenazado, y actuó. Si bien reaccioné torpemente, lo positivo es que él me haya considerado un contrincante. Quizás, eso quiera decir que ella también me haya percibido como un hombre heterosexual medianamente interesante e interesado. Quizás nuestra charla haya sido algo más que un intercambio entre una librera y un cliente.
  - ¿Qué tal? ¿Te puedo ayudar en algo?
  Es muy bonita. Y me tutea. Bien.
  - Sí, ¿qué tal es este libro? ¿Lo leíste?
  - Mirá, si te soy sincera, no. Pero hace mucho tiempo que le tengo ganas. Escuché muy buenas cosas de la autora.
  - Sí, es una mina muy piola. Hice un seminario con ella.
  - ¿En serio? Qué copado...
  "Copado". Esa informalidad me hace sentir más cerca, ahí es donde pienso por primera vez que dejamos de ser librera/cliente y que hay una charla un poco más real, que ella se suelta y me habla a mí, no a un cliente, a mí, que en breve le diré mi nombre y esa palabra que escuchó tantas veces antes pasará a llevar mi cara también, aunque sólo sea por unos días. Pienso eso, me pierdo un poco mirándola, me avergüenzo al pensar que quizás lo note, y no veo venir al compañero que me descoloca con su pregunta pelotuda:
  - Che, ¿y está buena?
  No entiendo. Es obvio que me habla a mí pero no entiendo, no lo esperaba, la miro a ella para encontrar alguna pista de qué sucede, ella hace un pequeño gesto de hastío pero es muy actuado, entiendo que así funciona la relación entre ellos dos, que si bien el forro ese me habla a mí lo hace para que ella escuche, me usa como herramienta en una conversación que están teniendo ellos.
  - Lola Arias. La autora. ¿Está buena?
  Me siento un imbécil, la vuelvo a mirar y ella ya no me está prestando atención, mira los libros sobre una de las mesas y los acomoda, sé que tengo que reaccionar rápido porque la pierdo, la conversación se está terminando y es por culpa de ese gil (y mía).
  - Sí. Es... muy atractiva.
  No me importa la reacción de él, le respondo mirándolo pero estoy monitoreando la reacción de ella con mi visión periférica. La veo levantar las cejas. No sé qué significa.
  "Muy atractiva". Camino debajo de la lluvia, pasaron más de veinte minutos pero recién ahora me alejo, estuve dando vueltas pensando en todo lo ocurrido pero sin querer abandonar el recuerdo, imaginando que quizás podía volver para mejorar de alguna manera lo que creo que terminó para la mierda. Llevo el libro de Lola Arias conmigo, lo compré, lo hice envolver para regalo, entré a comprarle un regalo a una mina que me gusta mucho desde hace tiempo y me enredé en un episodio frívolo que involucra a otra chica. ¿Cómo puede ser? ¿Es tan fácil pensar en una u otra mina? ¿Cualquier mina que me preste un mínimo de atención pasa a ser un centro gravitacional sobre el cual orbitarán decenas, cientos, miles de pensamientos estériles? Y mientras me mojo, quizás por estar pensando en esta chica de la librería, se me ocurre que no sé si es buena la idea de ir al cumpleaños de Caru. No sé si llevarle un libro de regalo, tampoco. ¿No será mucho? ¿Cuánto me deja en evidencia el hecho de regalarle algo? Es un cumpleaños, sí, y es la costumbre reinante. ¿Pero acaso no sabe ella que no hay nada que yo haga siguiendo los protocolos socialmente aceptados? No, no sabe. ¿Quién sabe que todo lo que hago está previamente sopesado y analizado durante horas, días? Que las más simples actividades fueron para mí resultado de extensas planificaciones, ¿quién puede saberlo? Escucho la voz de un amigo diciendo "no podés ser tan especulador, debe ser extenuante". Pero después escucho esa misma voz diciendo "sos una persona muy analítica", y eso suena un poco mejor, y me quedo un poco más tranquilo. Mientras tanto sigue lloviendo y todavía no decidí si ir o no al cumpleaños. Aunque ya compré el regalo y me mojé.
  Luego de una hora ya estoy en mi casa, con el libro empaquetado apoyado en la mesa, frente a mí, al lado de una botella de vino tinto. Lo hice envolver y no lo dediqué. Regalar un libro sin dedicarlo es casi lo mismo que no regalarlo. Y aunque todavía no sé si voy a regalárselo a Caru, ya entendí que el envoltorio está al pedo. Lo examino unos minutos y decido que no lograré armarlo nuevamente, y que lo mejor es romperlo. Así que saco el papel de regalo y me encuentro con un libro que bien podría ser para mí. Podría leerlo mañana mismo, o esta noche, para volver mañana a la librería a comentarle a la librera lo que me pareció. Continuar la charla interrumpida. Podría pasar cualquier cosa. Lo más probable es que nada pase, ¿pero es diferente con Caru? La conozco hace años, hemos compartido muchas cosas, ella sabe que me gusta, ¿pero podría cambiar algo el hecho de ir a su cumpleaños? ¿Podría regalarle este libro y que eso me ayude a acercarme a ella? Hace meses que no la veo, ni siquiera sé si está saliendo con alguien, ¿por qué visitarla en su cumpleaños y no ir a la librería a seguir charlando con esa piba que todavía no sé cómo se llama? ¿Me gusta tanto Caru, si hace una hora y veinticinco minutos me crucé con una mina que me hace replant--? No. No busco las respuestas a esas preguntas. ¿Le gusto a Caru? ¿Le gusté alguna vez? ¿Puedo volver a gustarle, sabiendo que si alguna vez le gusté malgasté muchas oportunidades? ¿Y a la piba de la librería? ¿Le parecí lindo, interesante, piola? No tengo respuestas para eso, pero no puedo dejar de darle vueltas al asunto. Caru, Caru, Caru. Hace años que pienso en ella. Ojalá pudiera dejar de pensar.
  Me decido a escribir una dedicatoria, aún sin estar seguro de ir al cumpleaños. Miro la hoja en blanco sin decidirme por nada, no me sale nada. Quiero dejar de pensar. Tomo vino del pico de la botella, no sé cuánto tiempo paso con la birome en la mano, cada tanto pienso "estoy tardando mucho, voy a poner algo de música" pero al instante me digo "no, no, porque si no me voy a quedar toda la noche, escribo algo primero y después pongo música". Sigo tomando y calculo que ya podría haber escuchado dos o tres discos en todo ese tiempo. No quiero pensar más, por favor. "¡Feliz año nuevo! Siempre pensé que los cumpleaños son el verdadero comienzo del año, ojalá empieces el tuyo bárbaro". No. "Cumplís 27, estamos en el 2016, y nos conocemos desde hace 5 años. ¿Siguen siendo esas las cifras correctas, ahora que leés esto?". No. "Feliz cumple a mi persona favorita (del mundo real, excluyendo ídolos de la adolescencia). ¡Te quiero mucho, Carmen!". Ni en pedo. "Inserte dedicatoria sensible pero a la vez sensata, con un toque de humor (si puede ser un chiste interno, mejor) y optimismo no ingenuo". Basta.
  En algún punto de la noche veo que finalmente escribí algo. "Quise comprarte un buen libro no muy caro y te compré esto, nomás, y me mojé bastante porque llovía y te amo". Me río en voz alta. Agrego una postdata: "Conocí a una librera y ahora pienso también en ella". Está decidido. Ni en pedo voy a ir a ese cumpleaños.
  Diez minutos después de masturbarme ya ni pienso en la librera, pero sí en Caru. Ahí está la diferencia, y es muy notoria, muy fácil de detectar. Hay que hacerse la paja y listo.
  Tendría que ir al cumpleaños. En fin. Otra vez será.

martes, 9 de febrero de 2016

¿No te conté?

  No miento. Nunca miento. Todas las historias que cuento, todas las que no sos capaz de creer, son ciertas. Me pasaron. O, en su defecto, me podrían haber pasado. O me van a pasar. ¿Cuál es la diferencia? Hay una infinita cantidad de dimensiones, multiplicándose a cada rato. Pensá en la última vez que hablamos, esa vez que te fastidió eso que dije. Podría haber dicho otra cosa, y de hecho dije otra cosa, dije una infinita cantidad de cosas, dije todas las cosas posibles en todas las maneras posibles, dije cosas en idiomas que nunca antes había hablado y que a partir de ese momento siempre había hablado, dije cosas que nunca nadie había llegado a decir y las dije por enésima vez. Te dije lo que querías escuchar, y lo escuchaste y te encantó, y también te enojó, y te reíste, y me odiaste, y te fuiste, y me volviste a llamar, y me viniste a buscar, y no me atendiste, y me olvidaste, y me recordaste, y te ofendiste, y te equivocaste, y te diste cuenta de que tu miedo se había convertido en realidad. Todo eso pasó, todo eso podría haber pasado. Y así siempre, en cada palabra y cada acción. Todo me ha pasado, porque si no me pasó a mí le pasará a una de las versiones que son exactamente iguales a mí, que se irán repitiendo infinitamente a través del tiempo infinito, y a todas las versiones mías que son casi iguales a mí, pero que tienen apenas una diferencia (una pestaña más en uno de mis párpados, un leve aprecio por las pasas de uva), y a las versiones mías que tienen más diferencias y que terminan siendo exactamente iguales a vos.
  Así que todo es cierto, siempre, para siempre, por siempre, porque existe un siempre que las hará ciertas o que ya lo hizo y que no tendría que haber olvidado. Te cuento cosas olvidadas de otras vidas, sé que creés en las vidas pasadas, y si no lo creés, quizás lo creíste en alguna de tus vidas pasadas o lo vayas a creer en alguna próxima, así que bien puedo contártelo ahora para que lo cargues en tu memoria atemporal y lo recuerdes en algún punto pasado o futuro. Soy todo lo que digo, todo lo que no digo, todo lo que querés y todo lo que no querés, siempre. Soy el que levantó la voz valientemente en esa reunión, el que dejó boquiabierto al más impune de sus terrores, el que murió en todos y cada uno de los pasos que lo depositaron acá, vivo ante vos. Enfrente tuyo, ahora mismo, en compañía de todas las personas que conocimos, completamente solo.
  ¿Cómo es posible desconfiar? Es la única cosa imposible en el mar infinito de las posibilidades, que no me quieras creer, que la palabra no sea la realidad, cuando es obvio que la realidad no existe, no hay más realidad que las palabras, esas palabras que rebotan en tu cabeza y te van diciendo "eso es un gato, eso es una silla, eso pasó hace mucho tiempo, eso es algo que querés que pase en algún momento, eso es rojo, eso es una palabra". Eso que te dije es exactamente lo que pasó. ¿Por qué diría otra cosa?

viernes, 5 de febrero de 2016

Tilt #2: Apuesta segura

¿Practicás tu cara de poker frente al espejo?

Todo lo contrario, no hay manera de practicar la "cara de poker" en soledad. O más bien sin estímulos, sí, eso quise decir. Calculo que si alguien quiere practicar su cara de poker tendría que... no sé, mirar alguna película de terror o alguna comedia y tratar de permanecer impasible, pero tampoco serviría de nada, es una ridiculez lo que estoy diciendo (risas).

(¿Sabés lo que hago al mirarme al espejo? Es algo que hago automáticamente desde que tengo memoria, cada vez que entro al baño. Cuando me veo, primero me sorprendo de verme como realmente soy y no como la imagen mental que calculo que dejó de actualizarse hace quince años. Inmediatamente después, hago la mímica de apuntarle al reflejo con una pistola imaginaria y aprieto el gatillo. Todo ocurre rapidísimo, la mayoría de las veces es todo el mismo movimiento, mientras estoy cerrando la puerta del baño, y es ya un ritual inconsciente. Se lo conté una vez a una mina con la que nos encontrábamos para coger y le cayó como el orto. Después de eso no nos volvimos a ver, y aprendí a callarme la boca. Descubrí que esas boludeces no se cuentan. También descubrí una de las desventajas de jugar bien al poker: aprendés a leer el disgusto en las caras ajenas de manera infalible.)

  "Catorce años, mierda". Tiró la revista otra vez al rincón. No iba a repetir esta vez el mismo juego de siempre, el de leer las preguntas y contestarlas desde el presente. Era inútil e inverosímil: ya nadie tenía interés en preguntarle nada, y esa sinceridad escandalosa que ensayaba en las nuevas respuestas sólo era un acto capaz de existir en soledad. "No te animarías a contestar así", se desafió. Volvió a pensar en esa ambivalencia que aún no podía eliminar. ¿Quería recobrar su pequeñísima fama perdida? ¿Quería volver a jugar de manera profesional? ¿Quería salir de ese pozo en el que estaba tan tranquilo, en el que aparentemente había pasado CATORCE AÑOS sin darse cuenta? Bien mirado, su presente era el de un jugador profesional. Vivía en un pequeño departamento por el cual no pagaba absolutamente nada, bajo la condición de jugar dos veces por semana al poker en el bar del dueño del departamento, con el cual dividía las ganancias. El poker lo mantenía, le pagaban por jugar. ¿No era eso ser un jugador profesional?
  Había algo en los antiguos torneos importantes que quizás extrañara, pero estaba demasiado aturdido como para seguir pensando qué era, qué quería, cómo se sentía, qué buscaba, y por qué había pasado tanto tiempo sin encontrar una respuesta.
  Aún así, antes de tratar de olvidar todas esas preguntas, vio la posibilidad de una apuesta en la cual no podía perder. Se apostó a sí mismo que, si alguna vez volvía a aparecer en las mesas de esos grandes torneos y a alguien se le ocurría entrevistarlo, contestaría de manera sincera. Quedaría como el perdedor que sentía que era, haría que cualquier persona que posara en él su atención riera de manera burlona. Era su manera de tentar a la suerte. Dios no da nada sin recolectar antes el diezmo, el Diablo nada entrega sin llevarse antes tu alma.

domingo, 31 de enero de 2016

Tilt #1: ¿Cinco? ¿Seis?

  Volvió a cruzarse con la revista buscando algún pantalón que no oliera tanto. Tirada en un rincón, entre ropa sucia y botellas vacías, lo obligó a hacer cuentas. Habían pasado cinco años. ¿O seis? Cinco o seis, habría que leer la fecha en la portada y la duda desaparecería, pero el esfuerzo de empequeñecer sus ojos para contrarrestar la miopía le pareció excesivo, dado que llevaba apenas dos minutos despierto (levantar la revista para acercarla estaba directamente fuera de discusión). Serían cinco o seis años, poco importaba la diferencia. Le preocupaban otras dos cosas. En primer lugar, el hecho de no recordar con seguridad si eran cinco o seis años. La entrevista que le habían hecho en ese ejemplar de "Pokerface" representaba uno de los pocos logros en su vida, si no el único, y su principal virtud siempre había sido su muy buena memoria. Y estas dos cosas estaban emparentadas: su buen desempeño en el poker se basaba casi por completo en su enfermiza memoria. ¿Cómo podía olvidarse entonces de si habían pasado cinco o seis años? ¿Ya no le importaba tanto el hecho de haber sido considerado una estrella en ciernes del poker latinoamericano? ¿O empezaba a perder su siempre afilada memoria? Ninguna de las dos posibilidades era alentadora, ya que necesitaba ambas certezas para mantenerse vivo. Tenía que conservar su interés por el poker, y tenía que tener una excelente memoria. Si perdía alguna de las dos cosas, perdería a la otra también.
  Su segunda preocupación, alrededor de la antigüedad de la revista, fue pensar que probablemente fuera su posesión más reciente. Cinco o seis años. Era menos tiempo que el que llevaba sin comprarse un pantalón. En esa búsqueda que desembocó en su reencuentro con la revista, había pasado por encima de un Angelo Paolo (veinte años de antigüedad), por citar el ejemplo más exagerado. Hizo un inventario de los pantalones que había encontrado y descartado, y recordó el mes y el año en que había comprado cada uno. El más reciente lo había comprado un verano en San Bernardo hacía ya siete años. Fueron sus últimas vacaciones. Si bien vivía desempleado y en un estado de inactividad casi perpetuo, ese viaje a San Bernardo había sido su última excursión recreativa, lo que la mayor parte de la gente normal entiende como "vacaciones". Siete años. Siete años sin comprarse un pantalón, siete años sin irse de vacaciones, siete años sin hablar con Mariel, siete años sin ver a Facundo. Recordaba las palabras de despedida de cada uno de ellos. Facundo se iba diciéndole "no podés ser tan pelotudo, no podés dejar que Mariel se vaya". Y lo que Mariel decía todavía le dolía tanto que tenía como ley no recordarlo. Las primeras tres palabras sonaron en su cabeza, "en realidad nunca", pero el resto de la frase quedó sepultada debajo de la estrofa de una canción que cantaba siempre en esos momentos, cuando parecía que las palabras de Mariel volvían para torturarlo. "Life's a piece of shit, when you look at it", cantó. "Life's a laugh and death's a joke, it's true". Era una manera muy efectiva de aturdirse.
  Siete años, entonces, de la malla que se trajo aquel verano, el verano de San Bernardo, y de Mariel, y de Facundo, y de las reputísimas madres que los parieron a los dos. Siete años, y la malla que compró un martes en un local que daba a la playa, con una señora que lo atendía pero que no era la dueña, que la dueña era la hermana de su comadre, pero que ella venía en temporada para ayudarla y se hacía unos pesos, y que esa malla te queda bárbaro, es más moderna que esto que usás, ¿o no que le queda bárbaro? ("bárbaro", con Mariel a partir de ese momento siempre diciendo "ah, qué bárbaro esto, ¿no te parece bárbaro?"), ¿y de dónde son, chicos?, ah, qué bárbaro, ¿y qué hacen? ¿cómo que jugás al poker?, no, yo digo de trabajo, de qué trabajás. Recordaba todo. Su memoria funcionaba a la perfección. Pero habían sido siete años, y eso había sido definitivamente después de la entrevista. Justamente, después de la entrevista empezó a creerse que era un jugador de poker, que a eso se dedicaba, que podía ser una profesión. No podía haberle contestado eso a la señora (Mindy, decía llamarse Mindy) antes de que le hubieran hecho la entrevista para Pokerface. Mierda. Entonces habían pasado más de cinco o seis años. ¿Siete?
  Finalmente, se acercó al rincón donde yacía la revista y la levantó para leer la fecha. En los segundos que eso le tomó, pudo continuar con el inventario de sus pertenencias clasificándolas por su antigüedad. Celular, ocho años (regalo de Mariel); cepillo de dientes, seis años (lo indignaba que quisieran venderle uno nuevo cada tres meses, era una estafa); cinturón, dieciséis años (un amuleto, robado a Facundo, usando ese cinturón había ganado su primer partida importante). Levantó la revista. ¿Cinco, seis, siete? Apostó en su cabeza, a último momento decidió ir en contra de sus impresiones iniciales. Ocho. Apostaría por ocho.
  Habían pasado catorce años.

viernes, 29 de enero de 2016

Las fauces del león, 4ta parte

  Todo se fue a la mierda muy rápido. Javier le robó plata a mi vieja, eventualmente mis viejos se enteraron, y mi viejo tuvo una charla larguísima con él a solas. Nunca supe de qué hablaron, ni cómo. En esa época todavía le tenía miedo a mi viejo, pero no miedo a una posible reacción violenta, ya que lo vi perder la paciencia sólo una vez, sino miedo a su juicio, a no poder ser lo que él esperaba de mí. Así que ese episodio, de Javier y mi viejo hablando en el patio (y en mi recuerdo fueron horas), es algo aterrador.
  Al otro día despertamos y Javier se había ido. Había dejado escrita en un cuaderno una especie de confesión y de disculpa. No me animé a leerla, toda la situación me excedía (varios años más tarde encontré el cuaderno y, al identificarlo como la confesión de Javier, lo cerré y tampoco lo leí en esa ocasión). Fue un día tristísimo, una mierda. Y no sé si fue justo ese día, o algún día posterior, que mi viejo me contó su historia. La historia que lleva encima, la historia que lo define, que lo marcó y que volvió a vivir con la llegada de Javier. La historia de otro niño, al que volvió a ver en los ojos de Javier.
  Fue en su época de residencia. Todavía era un médico inexperto: mi viejo suele decir que recién después de recibirse, ahí comienza la formación de un médico, ahí es cuando realmente empieza a aprender. Su paciente es un niño, con un problema grave de salud. Nunca se le dio bien lo de atender pibes chiquitos: ni en ese momento, ni al final de su carrera. Mi viejo recuerda la conversación, estando el nene en cama. Tratando de animarlo, de quitar su mente de la gravedad de su condición, le dice "no te preocupes, en poco tiempo vas a estar otra vez jugando con tu papá". El pibe guarda silencio unos segundos, lo mira a los ojos y le contesta: "yo no tengo papá". Mi viejo siente el golpe, queda sin habla. Totalmente desarticulado, siente pánico. Siente que ahí, frente a él, un león abre sus fauces. Y sabe que no tiene que hacerlo, que es lo último que tendría que hacer, pero igual lo hace: decide poner su cabeza en la boca del león. No puede decírselo al niño, pero se lo dice a sí mismo: "bueno, a partir de ahora, yo voy a ser tu papá". Es probable que ese pibe, en ese momento, necesitara más un padre que un médico. Y mi viejo creyó que podía ser las dos cosas al mismo tiempo. Imposible: esa profesión requiere muchísimas cosas, pero la más difícil de conseguir, es la de establecer una distancia emocional absoluta. El médico está enfermo, su profesión lo ha vuelto locom ya no es "uno de nosotros". Toda mi vida he escuchado a mucha gente quejarse de la insensibilidad del médico. Pero esa insensibilidad es el primer requisito del oficio: está obligado a ser un demente que camina tomando con una mano a la vida y con la otra a la muerte. Y eso todos los días de su vida. ¿Cómo caminar de la mano de la muerte de tu hijo? Es imposible de aceptar. Y eso le pasó a mi viejo. El pibe se moría, día a día empeoraba, y él era incapaz de verlo. Genuinamente creía que iba a sobrevivir. En las interconsultas entre todos los médicos residentes, exponía el caso del nene de manera optimista, y fue la cara de sorpresa de todos sus compañeros lo que lo obligó a volver a tomar contacto con la realidad. A entender que ese pibe se iba a morir, y que no había manera de salvarlo. Que, por lo menos, moriría con un padre cerca, que antes no tenía. Aunque el precio de eso, fuera que el león cerrara sus fauces, dejando a un hombre con el enorme dolor de haber perdido a un hijo para siempre.

viernes, 15 de enero de 2016

Las fauces del león, anexo

  - ¿Sabías que papá lo vio a Carlitos manejando el colectivo? ¿Te acordás de Carlitos?
  No lo puedo creer. Y no sé cómo hacer para mostrarle a mi vieja mi asombro, cómo explicarle en ese colectivo ruidoso en el que viajamos que hace más de un mes que le doy vueltas al asunto de Javier sin saber por qué, que no puedo creer la casualidad enorme de que me lo nombre ahora, que estoy tratando de ordenar mis recuerdos y dejarlos por escrito, para que dos o tres personas que ella nunca conocerá lo lean y se pregunten si es verdad o si estoy inventando todo. Escribo esto todavía shockeado, encantado una vez más por un momento de magia mundana, y otra vez en un colectivo. Es simbólico (para alguien que se maneja buscando patrones y símbolos) que se dé en un viaje, en un colectivo. Para un ermitaño como yo, acostumbrado a ser su único interlocutor, es el único lugar desde donde alguien más puede intentar decirme algo. Dentro de mi cueva (sea mi casa, o la librería), nada ni nadie me alcanza. No hay posibilidad de comunicación. Cada vez que estoy obligado a salir, por otra parte, pueden pasar cosas como esta. Que Javier esté manejando un colectivo que tomo todos los putos días. ¿Lo habré visto? ¿Será eso lo que lo empujó desde el más vergonzoso de los olvidos para colocarlo en el centro de mis desvaríos?
  Debe ser eso. La vida es simple y aburrida. Hacemos literatura de ella para tratar de darle algo de significado y dramatismo, y nos imaginamos entonces que yo escribo esto, y que lo conjuro, y que mis viejos, que jamás leerán esto, están escribiendo en sus cabezas esta misma historia, desde sus propios puntos de vista. Y que todo esto que cuento es cierto. Porque lo es.

lunes, 11 de enero de 2016

Del lado del más fuerte

  Tito Vázquez es un escritor, politólogo y abogado, ganador de varios premios, incluyendo el "prensa libre" otorgado por la Universidad antiterrorista de Miami. Acostumbrado a encender polémicas con cada uno de sus libros, el último que ha publicado nos impacta desde el título mismo: "Si se le veían las tetas, lo estaba pidiendo". En dicha obra, Tito analiza el lenguaje, culpando a lo que él llama como "el curro del feminismo" de la invención de términos tendenciosos como "femicidio", de distinciones redundantes como "todos y todas", del vaciamiento del significado de palabras nobles como "matrimonio", y un amplio etcétera. Para explicar este ultraje de nuestra lengua madre ("y acá sí hay violación", remarca) teoriza sobre un complot entre los grupos feministas y ciertos lingüistas disidentes con oscuros negocios que les presentan grandes ganancias (que comparten con grupos terroristas) cada vez que una nueva palabra o acepción es aceptada por la Real Academia Española. Pienso que si Tito pudiera leer esta entradilla, corregiría diciendo que él no teoriza, sino que fundamenta con hechos y pruebas irrefutables, pero sé que no lo leerá porque, aún siendo una entrevista a su persona, sólo lee publicaciones del diario que él mismo dirige, "sol republicano". Para reforzar esto que digo, al momento de acudir a nuestra cita en el bar donde le haré la entrevista, lo encuentro leyendo su propio libro.

Buenas tardes, señor Vázquez. (señalo su libro) ¿Es bueno?

Muy bueno. Tiene muchas capas, muchos niveles. Es la quinta lectura, y sigo descubriendo cosas que antes había pasado por alto. Se lo recomiendo.

Creo que me acaba de contestar seriamente a algo que le dije en chiste.

¿Eh? ¿Así que es de esas personas a las que le gustan "los chistes"? Niño, si hubiera leído mi libro recordaría una de sus, o mis, mejores frases: "el humor es el refugio de los imbéciles, una pantalla detrás de la cual esconden la fragilidad de sus pueriles ideas".

¿"Niño"? Usted tiene 22 años, señor Vázquez. Es casi ridículo que lo esté tratando de usted. ¿Y cómo ahora opina así del humor, si hasta hace dos meses hacía un monólogo en calle Corrientes plagado de chistes misóginos?

Al fin hablamos de algo interesante. ¿Sabía que "misógino" no posee un equivalente para hablar del odio al género mascúlino? Porque "misántropo" engloba a toda la humanidad, no a los hombres solamente. Preguntas como esa tendría que hacerme usted, ya que se hace llamar periodisto.

No me hago llamar "periodisto". Nadie lo hace, ya me cansé de decírselo, es una idea suya, esa palabra no existe.

¡Ja! Tampoco existe "presidenta".

Sí que existe.

Bueno, no existía.

Sí que existía.

Siempre fue "presidente". Es simple: es el que "preside" el "ente".

No, no, ese análisis etimológico es completamente erróneo, y todas estas cosas ya las hablamos por teléfono al concertar la entrevista. ¿Podemos hacer un entrevista medianamente normal? ¿Puedo hacerle algunas preguntas que me interesaría que contestara?

Qué intolerante...

Hay muchas cosas que me encantaría preguntarle, pero no tenemos tanto tiempo, así que me voy a concentrar en una sola: una de las acusaciones que más ha tenido que escuchar ha sido la que reza que posee una visión medieval del mundo.

Es un buen momento para traer esa palabra a colación. Como usted sabrá, joven, el tema de este libro es el lenguaje, y no escapará a su agudo entendimiento que lo de "medieval" es una hipérbole, un golpe de efecto. En realidad me están llamando "conservador", y lo acepto con orgullo. Soy conservador en lo cultural, republicano en lo institucional y liberal en lo econ--

Señor Vázquez, perdone que lo interrumpa, pero en su libro defiende la quema de brujas. No me diga que "medieval" es un mote exagerado.

Ah, ¿leíste mi libro, entonces? Te felicito, chiquita.

No trate de desviar el tema llamándome "chiquita". Soy hombre pero no boludo. Cuénteme qué lo puede llevar a tratar de defender una práctica que hasta la Iglesia católica ha llegado a aceptar como un grosero error.

Perdón por lo de "chiquita". Por un momento me confundió, usted razona como mujer, ¿sabe? Si se me permite el oxímoron, ¿no? Jajaja.

Espero su respuesta, todavía.

¿De qué? ¿Qué me preguntó?

¿Por qué justifica la quema de brujas?

Mire, jovencita. Jovencito, perdón. Se me olvida. Jovencito: fue una medida necesaria y sana. Sí, todos sabemos ahora que esas mujeres no conjuraban demonios ni convertían a los niños en animales, pero sería de necios ignorar que lo que ocurría a nivel sociológico era otra cosa: esas mujeres eran un peligro ético, un tumor en una sociedad por lo demás perfecta. Atentaban contra la moral y las sanas costumbres. Sólo pueden ser vistas como mártires por las condenadas "feminazis" (sin ánimos de ofender al loable partido nacional socialista) y todos estos grupos de ateos degenerados que saben que se les acabó la joda, que ahora nuestro Papa es argentino, que no vamos a ser nunca más un país de desviados y olvidados, que ahora los anarquistas que quieran escaparse de Europa van a tener que ir a seguir infestando Venezuela, pero que acá nunca más se les va a conceder asilo. Ese es un cambio que sí tendrían que hacer en el diccionario, porque la mayoría de la gente es imbécil, como usted, jovencito, y no entienden los conceptos más simples. "Bruja" no es aquella mujer que hace magia negra, esa magia no existe. La magia de la verdadera bruja es la de pervertir el orden natural de las cosas, con sus ideas retorcidas y sus lujuriosas intervenciones. Y esas brujas bien quemadas estuvieron hace cinco siglos, y lo bien que nos vendría volver a hacer una de esas purgas.

  Fue lo último que pude soportar. Me levanté de la mesa y me fui, escupiéndole antes la cara. Todo el viaje de vuelta a la redacción lo hice arrepentido, sabiendo que perdería mi trabajo. Al llegar, mi jefe me reprochó la falta de profesionalidad. Nunca debía olvidar que yo era un representante del diario, que mis acciones serían interpretadas como la política de una empresa que conformábamos entre todos, pero finalmente desestimó el problema, alegando que a todos, en algún momento, nos puede llegar a pasar. Tito Vázquez estaba indignadísimo, me dijo. Lo había llamado para avisarle que me había ido dejando la cuenta sin pagar.