martes, 18 de febrero de 2014

¿Qué estás esperando?

(el fondo siempre es blanco. el sujeto habla a la cámara, sentado, en un plano que deja ver el torso completo. los sujetos visten, casi invariablemente, de blanco y celeste. se los ve confiados, seguros, incluso felices. toma única. hay subtítulos para los que no puedan oír)

(muchacha jovencita, no más de 17 años, morocha, delgada, menuda)
  Es el amor de mi vida. ¿Viste cuando lo sentís acá, en la panza? Así fue desde el primer día. Yo salía de una relación que me había dejado muy mal, pensaba que nunca me iba a recuperar. Cosas de pendeja, todos me decían que dejara de llorar, que se me iba a pasar. Se me pasó porque llegó él: cuando lo vi, el resto de las personas y cosas en mi vida cambiaron de color, pasaron a un segundo plano.
  Hace siete meses que estamos juntos, y ya sé que nunca voy a amar a nadie tanto como a él. La semana que viene se va a París por un año a perfeccionar su francés (habla cuatro idiomas, ¿no lo dije?). Y ya sé qué regalo de despedida hacerle. Voy a sellar para siempre nuestro amor. Ninguno de los dos va a tener que vivir el deterioro de nuestra relación. Ni él ni yo va a perder el sueño pensando si el otro está con alguien más, si encontró a alguien mejor, si ya nos olvidamos. Me voy a ir pensando en él, y cuando él vuelva conmigo va a hacerlo sabiendo que nadie, nadie lo amó tanto como yo en este momento.

(señor de más de 65 años, pelo canoso a los costados, enjuto, de brazos fornidos)
  Como bombero salvé miles de vidas. Recuerdo que durante un tiempo intenté llevar la cuenta, fui un joven vanidoso. Pero después entendí que era parte del trabajo, poco importaba el número. Lo que importaba era que cuando se me necesitaba, ahí estaba. Uno siempre tiene que ayudar al prójimo, esa fue mi filosofía de vida. Ahora estoy viejo. Hace mucho que me jubilé. Mis historias divierten a mis nietos, es cierto. Pero hay que enseñar con el ejemplo, hay que actuar, dejar de aferrarse a glorias lejanas en el tiempo y hacer cosas ahora, con lo que tenemos a mano. Así que me toca irme. Dejarles la pensión del programa estatal "menos, somos más", y que sean ellos los que cuenten cómo, el abuelo, hasta el último día, hizo lo correcto.

(muchacho treintañero, buen mozo, pelo corto y rubio, lentes)
  Nunca conocí a mis padres. No sé dónde nací, no sé dónde pasé los primeros dos años de mi vida. Aunque eso lo compartimos todos, ¿no? Porque uno puede saber quiénes fueron sus padres, pero no elegirlos. Puede saber, por lo que le contaron, qué vivió mientras no era consciente, ¿pero de qué sirve? Siempre me pareció injusto. En fin: así es la vida. No elegimos ni cómo ni cuándo nacemos. Por suerte, podemos elegir el momento y el modo en que morimos.
  Cada cosa que hicimos, que dijimos, que buscamos y encontramos, cada experiencia vivida es una ficha de dominó que vamos acumulando, paradita una al lado de la otra. Una vida responsable formará un dibujo hermoso cuando esas fichas finalmente caigan, cuando el mapa de nuestras vidas esté terminado. Es tan fácil arruinar lo acumulado tomando pasos equivocados. Cada uno de nosotros ha visto caer en desgracia a personas que podrían haber sido intachables. Por eso repito: es imposible elegir la posición de la primera ficha. Pero la última, que es quizás mucho más importante... ¿cómo la voy a dejar librada al azar?

(después de terminado su discurso, el sujeto toma la pastilla. la pantalla funde a blanco y se lee una placa que dice "menos, somos más. ¿qué estás esperando?")