miércoles, 20 de marzo de 2013

Cuentos de caballeros psicoanalizados y hadas histéricas, 5ta entrega: caída y resurrección



  Edward. Edward a secas. Nunca más "Sir". Edward. Edward, el que ya no engendrará bastardos. Edward, nunca más candidato para el premio de "caballero más atractivo del año". Edward, nunca más compañero de armas del noble Sir Lawrence. Edward, despojado de su sexo.
  - Que nunca más sea esta vil carne herramienta de la perversidad que en este hombre mora.
  Esas fueron las últimas palabras que escuchó Sir Edward. La sentencia de Pinzón, el juez de Salamea. A partir de ese momento, sólo podría ser Edward, el eunuco. Sir Lawrence no presenció la ejecución de la sentencia: se comentaba en el reino que montaba guardia a los pies de la torre de la princesa Valentina, esperando el derecho a una audiencia, aguardando pacientemente a que la princesa abandonara su estado de shock. Sir Edward sintió el dolor del abandono y del rechazo. Luego sintió el dolor de la carne, y luego se sintió Edward, a secas, por vez primera, justo antes de desmayarse.
  Despertó en medio de la plaza, cuando ya la muchedumbre había vuelto su atención a temas más mundanos. Vagó sin rumbo por varias horas, asumiendo su destino como paria, manchado para siempre por la vergüenza.
  - Siempre hay opciones, viejo amigo- le murmuró una voz conocida.
  Era Alexandros, el bardo. Disfrazado, oculto en las sombras, le alcanzó un papel y desapareció. Era un plano, el plano de la botica de Mephisto. Edward entendió al instante. La magia que había regenerado el brazo de su amigo, podía devolverle su condición de hombre entero. Pero debería tomar ese remedio por la fuerza, o subrepticiamente: Mephisto jamás accedería a usar sus dones para deshacer algo hecho por la ley.
  "Así que este es mi dilema: para volver a ser hombre, para recuperar eso que me hacía caballero, debo perder mi honor y honestidad, alejándome para siempre del camino del caballero" díjose.
  Durante días caminó sin rumbo, barruntando en soledad. Hasta que, en las afueras de la ciudad, se cruzó con Garald. Éste no lo reconoció, y confundiéndolo con un pordiosero, no le prestó atención. Además, su mente y cuerpo estaban concentrados en una tarea importantísima: estaba domando un dragón. Pero lo más llamativo, es que no lo hacía solo. Estaba muy bien acompañado, por una bellísima muchacha, a la cual Edward creyó reconocer como la princesa Clementia. La pareja compartía las quemaduras sazonándolas con risas y caricias, y allí Edward encontró las respuestas que necesitaba. Lorianna. La hermosa Lorianna, su prima. Extrañaba su cercanía, su belleza, su inteligencia. Necesitaba ser hombre nuevamente, sin importar si era un caballero o un bellaco. Y encontró otra respuesta, pero a una pregunta que no debía hacerse él, sino su viejo amigo, Sir Lawrence: ¿qué debe buscar un hombre en una mujer? ¿Valía Valentina todos esos problemas? Garald y Clementia seguían felizmente su camino, y Edward ya había decidido todo: robaría de vuelta su virilidad, abandonando de una vez por todas los estúpidos lazos del código de honor del caballero, y salvaría a su amigo de aquella vida también. La vida era algo que valía la pena vivir, pero lejos, bien lejos de gente como Valentina.
  A la noche de ese mismo día, esperaba a que las velas dentro de la botica de Mephisto se apagaran. Éstas nunca lo hicieron, y cuando Edward finalmente decidía marcharse para dormir en algún callejón sucio, esperando tener mejor suerte al otro día, la puerta de la botica se abrió.
  - Entrad, cordero extraviado- retumbó desde dentro la voz del mago-. Que tu historia todavía no termina...

(con estas pretenciosas palabras culmina "Caída y resurrección", el quinto pergamino de las "Andanzas de Sir Lawrence y Sir Edward; de la princesa Valentina y su madre y su analista; de Sir Garald y la princesa Clementia; de Sir Gjoffständ, el jinete de dragones; de Mephisto, el hechicero; de Pinzón, el honorable juez de Salamea; y del escriba Alexandros, el más bello entre los hombres sabios". Continuará...)

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