lunes, 19 de marzo de 2012

Dominó

  Así como lo veo, tengo dos opciones. Una es dormir en el living. Tirado en uno de los sillones (el sillón en el que siempre está la perra, lleno de sus pelos y parásitos), debajo del aire acondicionado, quizás cubierto con una sábana, para no dejar mucha piel al descubierto, quizás también con la luz encendida, para poder vigilar mis alrededores y usar como aliada la fotofobia. Esto implicaría una noche larga y tortuosa, sin un segundo de tranquilidad. Una jornada laboral marcada por el cansancio y el dolor corporal. Y, quizás, batallas con cucarachas, el enemigo que, justamente estoy queriendo evitar. Existe también la posibilidad de sumar al combo la presencia de lauchas. Sí, es una posibilidad. La otra opción, sería tomarme un remis, llamar a casa de mis padres y decir que voy a dormir allá, sí, a esta hora, no, no pasó nada, quedate tranquila, una cucaracha nada más, sí, que me pasó una cucaracha voladora por enfrente y no la pude matar, no la volví a encontrar pero sé que está en la pieza, y ahora no puedo dormir ahí. Quizás, lo mejor sería evitar tantas explicaciones. No son explicaciones. Son casi una invitación a recibir el trato de "pelotudo" o de "cagón" que siempre parezco aceptar con tanta naturalidad. Sea como sea, la noche se cagó. Por segunda vez consecutiva. Pero, justamente, si sobreviví al estrés (cagón, sos un cagón) de anoche, lo de hoy no es nada. ¿Qué es una cucaracha? Aparte, hoy es domingo. ¿Qué sería un domingo sin que me camine una preciosa cucaracha por encima? Vino ocurriendo las últimas tres semanas, no sé qué es lo que me pone en este estado, ya tendría que estar acostumbrado.
  Entonces: tengo que dormir. No tengo un lugar cómodo para hacerlo, aunque eso viene siendo así desde hace más de un año. Tengo que pasar esta noche sin lograr que esta furia, que esta enorme frustración que me invade se salga, porque, ¿dónde depositarla? ¿Qué romper, si nada acá es mío? Lo único que poseo es mi cuerpo, y ya hace tiempo que vengo haciéndolo mierda, mi cara es un enorme mapa de mi frustración. ¿Por qué, por qué estas ganas de llorar? ¿Por qué me siento como la peor de las mierdas? ¿Por qué no puedo ser menos como yo y más como cualquier otro? Mi ánimo es como una gran construcción de fichas de dominó, esperando que llegue la cucaracha que tire todo a la mierda, y así estoy ahora.
  Estoy cansado. Estoy muy cansado. Estoy cansado de hablar y que nadie escuche lo que intento comunicar. Estoy cansado de que me hablen y de contestar siempre cualquier gansada, porque no entendí. Estoy cansado de mi cuerpo y de sus necesidades. Estoy cansado de estar cansado, y de que me pregunten "¿por qué estás tan cansado?". Estoy cansado de tener que escribir esto, una y otra vez. Estoy cansado de estar, de tener que llevarme encima adonde quiera que vaya, de no poder olvidarme ni un segundo de quién soy (de quién creo que soy, de quién me hicieron creer que soy).
  Mañana será otro día. Tendré que comenzar a construir mi ánimo y mi persona desde cero. Alguien quizás me ayude. Quizás pueda convencerme de que no, de que no soy sólo una gran cantidad de fichas de dominó amontonadas en el suelo, sino que también soy una estructura en constante cambio y crecimiento, no muy majestuosa, pero sí mínimamente especial, con tanto valor como cualquier otra persona (o como la mayoría), una estructura que ella (siempre es ella, siempre) alcanza a apreciar. Si tengo suerte, quizás hasta me diga que me quiere.

domingo, 11 de marzo de 2012

Elogio de la constancia

  "Peluquería canina a domicilio". Hasta tiene el dibujito de un perrito y una especie de secador de pelo apuntándole. Pobre perro... ¿Pobre? Sí, pobre. No: pobre tipo. Sí, pobre el tipo que vive con esa mina, porque es una mina, que llama a la peluquería canina a domicilio para su perrito. Nunca entendí cómo es que los amantes de los animales, esas personas que siempre están hablando bien de las diferentes especies de mascotas que puedan ocurrírsele, que sienten hasta el más pequeño dolor por el animalito de turno, y que generalmente se cagan en sus congéneres, porque además siempre tienen plata, y siempre desprecian a la gente, y siempre a la gente que tiene menos que ellos, entonces, nunca entendí cómo es que estas personas siempre están tratando de humanizar a sus mascotas, en vez de dejarlas salvajes, impolutas. Hay algo ahí contradictorio, ¿por qué te llevás al bicho a dormir con vos? ¿Por qué le pagás un peluquero? ¿Por qué le ponés un pullovercito? ¿Por qué, si todo lo bueno que tiene tu perro es que no es una persona?
  Quizás exagero, siempre lo hago. Estoy tocando de oído, debo estar equivocado, lo importante es que no entiendo. Eso. No entiendo. "Peluquería canina a domicilio". ¿Y quién es el que hace eso? ¿Es un amante de los animales? ¿O un oportunista? ¿O alguien que hace eso por hacer algo, porque siempre hay que hacer algo, en este mundo tenemos que hacer algo, ojalá pudiéramos salir a pasear y acostarnos en la cama de esa señora que nos hace la comida y nos abriga y nos paga el peluquero a domicilio? Quizás haya algo ahí noble, sí, una persona que le corta el pelo a los animales, que va y se mete en las casas a hacer eso que, si no lo hace él, no lo hace nadie más. Quizás el perro esté más feliz con su pelo recién cortado. Quizás Dios, con su diseño inteligente, haya hecho que el pelo de los perritos crezca en detrimento de la comodidad de los mismos, y, para mantener el equilibrio de su perfecto universo, haya creado otra especie, una especie con individuos cuya misión sea la de buscar la comodidad de los primeros, yendo de casa en casa cortándoles el pelo, movidos por una fuerza interior inquebrantable. Tiene métodos misteriosos, ya lo sabemos. Quizás Dios sea un perro. No, Dios es Dios, él es todo, pero los perros son sus criaturas favoritas, hechas a su imagen y semejanza. O los gatos. O los hipopótamos. Quién sabe...
  Pero no es eso lo importante, no. No es eso lo que me llamó la atención del cartel de "Peluquería canina a domicilio". Lo que me llamó la atención es que el cartel es un cartel de chapa, y está clavado al poste. Quizás lleve allí años. Es un señor cartel. No es una fotocopia pegada con voligoma, o con cinta scotch. No. Esta persona, el estilista canino con movilidad propia, quiso asegurarse de que su oficio sea conocido por cada persona que se acerca al poste a intentar averiguar cuáles de todos los colectivos que pasan por la avenida paran acá. Todos esos carteles, los de las líneas de colectivo, eran de papel o plástico. Y de ellos sólo queda algún dígito, alguna parcialidad con cierto color que, el ojo habituado a viajar por Zona Sur sabrá descifrar. Miles de personas se pararán en esta esquina a mirar qué colectivos frenan aquí. Y será difícil que lo descubran. Sin embargo, todos ellos sabrán del famoso peluquero canino a domicilio, porque él se tomó el trabajo de mandar a hacer (¿o quizás él lo hizo?) y enchapar un cartel. A color. Con dibujitos. Y dice "Peluquería canina a domicilio".
  Tamaño esfuerzo es admirable. Esta persona está brindándose, lo suyo es un servicio. Ojalá ese espíritu estuviera presente en la gente que maneja el asunto de los carteles del transporte público. Ojalá todos hiciéramos lo que hacemos con esa convicción, con ese deseo de atrapar la atención de todos.
  Pero... hay algo que no me cierra. Algo que anula todo lo anterior. El teléfono al que hay que llamar para pedir el servicio, está borrado. No se alcanza a leer los dígitos del medio, me sería imposible conseguir un peluquero a domicilio para mi hermoso perro. No es que quiera hacerlo, de hecho, nada está más alejado de la verdad, los pelos de mi perro son increíbles, hermosos, tiene unos bucles sólo comparables a los rulitos de mi sobrina. Pero no me deja tranquilo la idea de que ese cartel de chapa, combado para ajustarse a la anatomía del poste de luz, clavado a éste con toda profesionalidad, presente allí desde quién sabe cuándo... es inservible. ¿Cuántos de estos carteles hay por la ciudad? ¿Los hizo el estilista, o un chapista (no se me ocurre de qué otra manera llamarlo)? ¿Nadie se encarga de vigilar su estado? ¿Nadie hace un mantenimiento de estos cartelitos? ¿Es que el chapista no posee, acaso, la misma pasión que mueve al estilista canino? ¿Es que el estilista canino ya no se preocupa por que la gente sepa a qué número tendrían que llamar para contactarlo? ¿Acaso habrá desistido? ¿Administra ahora un kiosco? ¿No puede hacer las dos cosas? ¿Se murió? ¿Se murió el chapista? ¿Su hijo no sigue el negocio familiar? ¿O lo hace, pero así nomás, mucha bola no le da porque en realidad él quiere ser representante de gente del espectáculo, y tiene unos amigos que tocan en una bandita y ya hicieron unos mangos con unos cumpleaños de quince, que no han sido la gran cosa pero que les permitió encamarse con unas minitas no tan borrachas como ellas luego señalaron? Son muchas preguntas. Hay un número de teléfono completo que sí se puede ver, es uno chiquitito, en la base del cartel. Creo, más bien, que es el número del chapista, no del estilista, porque hay dos, hay un estilista y un chapista, eso ya lo decidí, quizás uno esté muerto y otro tenga un hijo, eso está por verse. En fin, no hay nada en este momento más que ese número de teléfono al que me muero por llamar, pero, ¿cómo explicar para qué llamo? ¿Qué es lo que quiero averiguar?
  Quizás sólo quiera hablar con alguien. Quizás sea este domingo, esta espera por el primero de los colectivos que tendré que tomar, esta soledad. Pero hay todo un mundo detrás de esos tres o cuatro números invisibles, con todos los perros que ya no podrán ser acondicionados y con todas las minitas que los pibes de esa bandita intentarán cogerse.