lunes, 27 de febrero de 2012

La misma piedra

  - Ale... ¿qué hacés acá?
  ¿Qué hacía ella ahí? Sonreí, me parecía una sorpresa agradable, pero en su cara vi que, para ella, no era así. Tanto tiempo sin vernos, tanto cariño nos profesamos, tanto valor le damos a nuestra amistad, ¿por qué esa cara, al ver que la suerte nos une, cuando vernos nos cuesta tanto?
  - ¡Nati! ¡Qué bueno verte!
  Intento abrazarla, lo hago, pero antes de perder de vista su rostro compruebo que esa expresión de disgusto sigue ahí. ¿Por qué? Qué fácil que es encontrarle una respuesta, he nacido (no, no es genético, no "he nacido", sino que "he sido educado") para deslizarme eternamente por esa espiral excrementicia, fácilmente me digo que no somos realmente amigos, que por eso no nos vemos, que ella no me soporta, que me considera un imbécil, justamente ella, tan inteligente, tan centrada. ¿Cómo va a ser mi amiga, cómo puede quererme, cómo puede siquiera soportarme, cómo puede verme ofreciendo (imponiendo, más bien) mi abrazo sin dejar que el asco y la desidia se dibujen en su bello rostro?
  Pero no. Rápidamente, rearmo mi estructura psíquica, no me deslizo por ese tobogán tan bien conocido, tantas veces explorado. Ella es mi amiga, siempre lo será y jamás lo pondré en duda.
  - Pero, Ale... ¿a qué viniste?
  La obviedad de la respuesta me hace pensar que no entiendo la pregunta. Quizás algo se me escape.
  ¿Qué hago ahí? ¿A qué fui? ¿Me lo pregunta sabiendo que es una ocasión especial, que yo jamás salgo y que mi presencia allí, en una firma de libros, un evento que realmente me desagrada, obedece a un episodio de importancia en mi vida?
  - Vengo, como todos, a conocer a Marylin.
  El salón está lleno, estamos en un hermoso hotel, y por "hermoso" podría haber dicho "obscenamente costoso", pero no hoy. Hoy es un buen día. Natalia todavía me mira alarmada, pero yo sostengo mi sonrisa, mi optimismo. Hoy, por primera vez en mucho tiempo, estoy contento. Esperanzado. Y gracias a Marylin. La gente comienza a aplaudir y gritar. Natalia intenta decirme algo pero no puedo oírla, e instintivamente volteo mi rostro hacia el lugar desde el cual proviene el bullicio más importante. Marylin está por aparecer. Finalmente.
  ¿Cuánto tiempo esperé para conocerla? Depende. Dos meses, si contamos desde el momento en que ella publicó su novela, que leí instantáneamente. Y lo confieso avergonzado, porque el libro me hechizó desde que lo tuve en mis manos, al tomarlo del escaparate de esa pequeña librería donde suelo ir cuando pareciera que ya no hay lugar para mí en este mundo más que el de la ficción literaria. Así fue. Deprimido, solo, sintiendo el hedor de esa caída sin fondo que es la autocompasión, su título me llamó. "Nadie". No sólo el título de la novela, sino su autora. Marylin. Nadie. Un seudónimo, una máscara. Ningún dato, ninguna foto. Un salto al vacío, ninguna referencia, ni siquiera podía elegir confiar en la editorial que publicaba la obra, ya que no la conocía. "Nadie". Casi un grito solitario, un pedido de ayuda. Mi grito.
  Entonces: ¿cuánto tiempo esperé para conocerla? Quizás un año, momento en que me separé de mi primera y única novia. Momento en el cual entendí que estaba solo, que todo había sido una farsa, que realmente nadie había llegado a entenderme, que no podía relacionarme con nadie. Nadie, nadie, nadie. Que esa persona a la que creí amar, en realidad no me entendía, no me apreciaba, y ya no me soportaba. ¿Quién entonces? ¿Había gente en el mundo capaz de escucharme, de entenderme, de estimularme? Aquello había terminado tan mal... Con un sabor tan amargo. Años de relación en el cual las palabras se agotaron, ya no quedaba nada más por decir. ¿Cómo volver a hablarle a alguien, cuando ya se había dicho todo, y todo eso había muerto? ¿Cómo volver a confiar, si después de cinco años esa persona con la cual pensaba que tenía el mejor vínculo posible prefirió desecharme, descartarme de su vida? Y lo único que me quedó de aquellos cinco años, fue Natalia. La amiga en común. Natalia y su apoyo incondicional.
  Natalia y su expresión de desconcierto, de molestia. ¿Por qué? Justamente ahora, Nati. Ahora que quiero decirte "sí, tenías razón. Voy a poder conectarme con alguien otra vez. Hay gente capaz de entenderme, hay gente cuya sensibilidad me conmueve. Está Marylin. Y vine a conocerla, salgo de mi soledad y de mi depresión. Vine a conocer gente, Nati, como siempre me pedís". ¿Por qué esa cara, Nati? Pero no importa, la gente aplaude, la gente grita. Y allá, al otro lado del salón, una hermosa muchacha sube al improvisado escenario. Es Marylin. Y entiendo la cara de desconcierto de Nati, entiendo todo eso que no era asco, ni desprecio, ni ninguna de esas cosas que siempre temo despertar. Era lástima. Porque Marylin es, efectivamente, una persona capaz de comprenderme. Es la persona que mejor llegó a conocerme. La persona cuya sensibilidad me conmovió, pero que decidió descartarme de su vida. Nuestras miradas se encuentran, en un segundo que ojalá no hubiese existido. Y en su cara sí leo el desprecio, el asco, pero también algo de lástima. Los aplausos siguen sonando cuando atravieso la puerta y la lluvia me recibe con los brazos abiertos. No podía ser de otra manera.

1 comentario:

  1. Nadie nunca nada (si Saer no lo hubiese elegido ya para uno de sus libros, sería mi epitafio)

    ResponderEliminar