miércoles, 22 de febrero de 2012

Déjà vu

  Camila estaba lista para salir, tenía ya la cartera sobre su hombro y las llaves en su mano. Abrió la puerta de su departamento, mientras todavía pensaba en si llevar un paraguas o no. Decidió esperar unos segundos más en el umbral a que la decisión llegara sola. No estaba apurada. La radio encendida despedía los últimos compases de una cursi canción de amor de los ochenta, con su característico y poco original fade out. Pensó que cabía la posibilidad de que el locutor, al terminar el tema, diera el pronóstico meteorológico para la noche. Y viéndose en el umbral, lista para abandonar la casa, se preguntó por qué dejaba la radio encendida. Sabía la respuesta, pero dejó que el hilo de pensamientos se dibujara en su cerebro. Dejaba la radio encendida para no dejar su casa en silencio, para que los vecinos no pudieran adivinar que estaba ausente, para que cualquier persona, al pasar por debajo de su ventana, creyera que el departamento estaba ocupado, para desalentar a los posibles ladrones que pudieran presentarse, para continuar una práctica que su padre le había enseñado a todos sus hijos. Y así, antes de que la canción terminase, se encontró en el umbral de su puerta pensando en su fallecido padre. "Viejo querido..." pensó. Sintió una tristeza y una nostalgia muy fuertes, poco usuales. Se preguntó (porque ya lo había decidido, aquella sería una noche de preguntas) a qué se debería el cambio repentino de humor, a qué se debería que el recuerdo del padre pudiera afectarla tan rápida e intensamente.
  - Son las 23 horas en toda la ciudad de Buenos Aires, y esta es una noche especial. El cielo se ha despejado, empieza el fin de semana y hay mucho amor en el aire, ¿no lo sienten? Tenemos una canción muy especial, dedicada a Camila. Camila, espero nos estés escuchando, porque alguien, como diría Charly, alguien en el mundo piensa en vos.
  Antes de que el locutor terminara de decirlo, la canción que simbolizaba la relación entre Camila y su padre ya estaba sonando. Una canción vinculada al recuerdo más vívido que ella poseía de su padre, una canción que tenía ese significado sólo para ella. Las llaves cayeron al suelo, seguidas por la cartera. "sont des mots qui vont très bien ensemble", y sus rodillas cedieron, cayó arrodillada al suelo, llorando. Se veía a los seis años, subida a los pies del padre, jugando a que bailaba con él, los dos abrazados, sintiendo el olor a cigarrillo en la ropa de él, hundiendo la cara en su pullover y cerrando los ojos, dejando que el "oh, what you mean to me" la inundara de esa emoción que no le estaban dando esas palabras todavía desconocidas, sino que las obtenía de otro lenguaje.
  Había viajado en el tiempo, esa canción había derrumbado toda su percepción de la realidad, su conciencia estaba atrapada en ese recuerdo, y no retorciéndose a los llantos en el frío suelo de su departamento. Ella era una niña, o tan sólo era el dolor por no ser ya esa niña, pero estaba ausente, totalmente desconectada de su presente.
  Afuera, un colectivo embestía el banco que oficiaba de parada en la esquina, a treinta metros de la ventana de Camila. La batería de estruendos que acompañó dicho accidente alcanzó para romper el hechizo que la mantenía atada a su dolor, paralizada en esa evocación involuntaria. El locutor comenzó a presentar otro tema, todo seguía su curso normal. Camila se acercó a la ventana, todavía confundida, a observar el colectivo que pensaba tomar, estrellado contra el banco en el que pensaba sentarse a esperarlo. Todo era irreal, nada tenía sentido. Y en esa noche de preguntas, algunas horas más tarde comenzaría a relacionar la canción de la radio con el accidente.

  "Cuando le diga se va a caer de culo", pensaba. Subía las escaleras relamiéndose, en anticipación por la conversación que iba a tener con su mejor amigo. "Jessica, esa piba hermosa que conocimos en la secundaria. Sí, me encontré con Jessica. Vive acá a la vuelta, a dos cuadras de donde vivimos nosotros. Vive sola, no vive con un tipo, está sola, no sale con nadie. Y me preguntó por vos. ¿Entendés?". Sí, se iba a caer de culo...
  - ¡Fernando! Boludo, a que no sabés con quién me encontré.
  Fernando estaba sentado frente al monitor de su computadora, totalmente quieto. Ni siquiera parecía respirar.
  - ¡Eh! Fer, ¿me escuchás?- se acercó a su amigo, todavía excitado, y lo obligó a mirarlo, girando su silla- ¿Sabés a quién me encontré recién?
  Fernando lo miraba a los ojos, pero completamente ausente e inexpresivo.
  - A Jes-- a Jessic-- a Jes-- a Jessica- contestó finalmente, sin pestañear, pero con grandes problemas para hablar.
  Martín se quedó boquiabierto.
  - Pero, ¿cómo puede ser...- comenzó a indagar- ¿Ya la habías visto? ¿También te la encontraste? Pero ella no sabía nada de vos, se sorprendió cuando le dije que vivíamos junt--
  - Vivo en Rivadavia al 2000- lo interrumpió Fernando, parándose violentamente y siempre con la mirada ausente-. ¿En serio vivís acá nomás? ¿Con Fernando? ¿En serio? ¿Y cómo está?
  Su voz era impersonal, carecía de tono, y sus palabras eran exactamente las mismas que había pronunciado Jessica, o, más bien, eran las que recordaba Martín, deseoso de comunicarlas.
  - ¿Me estás jodiendo, Fernando? ¿Qué es esto?
  Martín estaba enojado, pero pronto abandonó el rencor de creerse objeto de burla, ya que la nariz y el oído izquierdo de Fernando comenzaron a sangrar, y éste perdió el conocimiento. Una hora después yacería sin vida en la camilla de una ambulancia.

  - Sentate encima mío- le ordenó.
  Las órdenes la excitaban, y a él lo excitaba que ella cumpliera sus órdenes. Acariciaba su espalda mientras ella le daba pequeños y lentos besos en el cuello. La espalda de Julia lo enloquecía. La curva con la que la espalda se convertía en la cola era su lugar favorito en todo el universo. Paseó sus manos por ahí hasta llegar a sus nalgas. Buscó con su boca la lengua de ella, y la encontró, y la aprisionó. Ella siempre cedía a ese juego, y él se perdía en su boca, en su lengua, en su aroma, en su sabor.
  Le quitó el corpiño.
  - Sacate la bombacha- le ordenó.
  Julia obedeció.
  - Sentate encima mío.
  - Despacito- pidió ella.
  Eso también lo excitaba. Suavemente, se deslizó dentro de ella. Sus leves gemidos lo desestabilizaban, casi que no podía controlar su ritmo, evitar morderla. "Despacito, más adelante" se decía. Con los ojos cerrados, seguía acariciando su espalda.
  - Ay, Julia, estás tan buena- le susurró al oído. Siempre después de decirle algo así se sentía un imbécil, se arrepentía, pero debía decírselo.
  - Me gustás tanto, Julia.
  Julia comenzó a moverse con él, mientras se aferraba con sus uñas a su espalda.
  - Sí, rasguñame- pedía él.
  Romina comenzó a chuparle los pezones. Tenía los pezones muy sensibles, pero ella había sido la única en reparar en eso. Mientras cogía con Julia, sentía cómo Romina le chupaba los pezones. Sentía las voluminosas nalgas de Romina en sus manos.
  - Ay, Romina.
  Julia se detuvo instantáneamente.
  - ¿Romina?
  Abandonó la silla que compartían, encendió la luz, y comenzó a vestirse.
  - Andate- le dijo-. Andate y no vuelvas, cerdo.
  No había nada que pudiera decir. La conocía, lo que había hecho era imperdonable. Pero también era lógico, y natural. Era Romina. Estaba cogiendo con Romina. No entendía muy bien cómo ni por qué, pero había sido así.
  - Perdoname, no te pongas así por una boludez- le dijo mientras se vestía-. Me voy a ir, está bien. Pero no te pongas así porque fue una boludez. Sabés que estoy fumado, no exageres.
  - Callate y andate. Tarado.
  Tarado. Imbécil. Cerdo. Ella no podía entender el error porque jamás caería en él. Jamás lo llamaba por su nombre. Ni siquiera usaba apodos cariñosos. Nunca. Era llamativo, y casi una muestra de virtuosismo, pero se las arreglaba para estar con él sin tener que pronunciar jamás su nombre.
  En eso estaba pensando, tratando de invertir los roles de la situación, mientras caminaba de regreso a su casa. Pero Romina volvió a acometer contra sus pezones, y tuvo que dejar de caminar. No entendía qué ocurría, pero era obvio que ahora Romina lo miraba a los ojos mientras descendía hacia su vientre, y sin usar las manos, se llenaba la boca. No entendía qué pasaba, pero a pesar de todo, parecía natural y lógico que sus piernas dejaran de responderle y que tuviera un orgasmo allí mismo, tendido en medio de la calle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario